El actual cierre del gobierno, que ya llega a su tercera semana, está proyectando una larga sombra sobre la salud pública, poniendo en peligro esfuerzos cruciales de vigilancia de enfermedades en todo el país. Más allá de los titulares familiares sobre cancelaciones de vuelos y trabajadores suspendidos, se está desarrollando una consecuencia más silenciosa pero igualmente peligrosa: los sistemas vitales de monitoreo de los CDC para COVID-19, influenza (gripe) y virus respiratorio sincitial (VSR) se están paralizando.
Desde finales de septiembre, el Sistema Nacional de Vigilancia de Aguas Residuales de los CDC, un sistema clave de alerta temprana para rastrear la propagación de COVID-19, ha dejado de funcionar. De manera similar, los datos sobre la actividad de la gripe y el VSR (normalmente actualizados semanalmente) no se han publicado desde el 26 de septiembre. Estos sistemas no son sólo números en una pantalla; Forman la base de la capacidad de Estados Unidos para identificar brotes rápidamente, asignar recursos de atención médica de manera efectiva y guiar las decisiones de salud pública.
La peligrosa brecha en la inteligencia en tiempo real
Este bloqueo de datos deja a los estados mal equipados para medir la verdadera trayectoria de las enfermedades respiratorias. Si bien algunos estados poseen programas independientes de vigilancia de enfermedades, muchos dependen en gran medida de la información de los CDC. Sin él, se quedan adivinando cuándo y dónde reforzar los niveles de personal en los hospitales o lanzar campañas de concientización pública sobre medidas preventivas.
Imagínese a los funcionarios locales tratando de prepararse para un posible aumento sin saber si un condado vecino ya está lidiando con un brote importante de gripe. Esta falta de conocimiento oportuno podría transformar una situación manejable en una crisis en toda regla, ejerciendo una presión indebida sobre los sistemas de salud y poniendo en peligro la atención a los pacientes.
Poblaciones vulnerables con mayor riesgo
Las consecuencias son particularmente alarmantes para las poblaciones vulnerables: los ancianos, los bebés, las mujeres embarazadas y quienes padecen enfermedades crónicas. Estos grupos suelen ser los más afectados por las infecciones respiratorias y dependen de alertas claras y oportunas sobre los virus en circulación para tomar medidas de protección y buscar tratamiento rápido. Cuando los hospitales se ven abrumados durante un aumento repentino, estos pacientes enfrentan retrasos en la atención o una posible escasez de medicamentos y vacunas que salvan vidas.
Erosión de la confianza en la salud pública
Quizás lo más insidioso es que este cierre alimenta la ya frágil confianza pública en las instituciones de salud. Las dudas sobre las vacunas son rampantes: apenas el año pasado, menos del 25% de los estadounidenses elegibles recibieron la vacuna de refuerzo actualizada contra el COVID-19, según The New England Journal of Medicine. Esta desconfianza se alimenta de la falta de transparencia y de comunicación clara y coherente por parte de las autoridades de salud pública.
Sin datos confiables y orientación de los CDC, la desinformación se propaga como la pólvora en su ausencia, erosionando aún más la confianza en los esfuerzos de vacunación y las medidas preventivas. Cuando el gobierno finalmente vuelva a abrir, las lagunas en el seguimiento de las enfermedades harán que sea aún más difícil medir el verdadero impacto de los brotes y evaluar la eficacia de las vacunas. Esto crea un círculo vicioso en el que los mensajes de salud pública pierden credibilidad, lo que dificulta respuestas futuras a amenazas emergentes.
Mientras los legisladores lidian con disputas presupuestarias y el cierre se prolonga, deben reconocer que limitar la capacidad del país para rastrear enfermedades infecciosas pone en peligro a todos los ciudadanos, independientemente de su afiliación política. La vigilancia eficaz de las enfermedades no se trata sólo de datos; es una infraestructura crítica que protege la salud pública. Cuando este sistema falla, todos nos volvemos más vulnerables.
