La influencia generalizada de las redes sociales en los adultos jóvenes se extiende más allá de la simple conexión; parece estar deformando sus percepciones de sí mismos y de los demás, posiblemente exacerbando un desafío de desarrollo común conocido como audiencia imaginaria. Esto no es sólo anecdótico: estudios recientes están empezando a solidificar un vínculo entre el uso intensivo de las redes sociales y una mayor ansiedad relacionada con la autopercepción.
La “audiencia imaginaria” es un término acuñado en la década de 1960 por el psicólogo David Elkind. Describe esa experiencia exclusivamente adolescente de sentirse perpetuamente examinado y juzgado por una multitud invisible, como si cada acción, elección de vestimenta o expresión se desarrollara en un escenario con observadores invisibles tomando notas constantemente. Esto puede conducir a ansiedades sociales, perfeccionismo e incluso evitación de situaciones sociales, todo ello impulsado por el peso imaginado de la evaluación constante.
Si bien esta fase de desarrollo generalmente disminuye con la edad, un creciente conjunto de investigaciones sugiere que las redes sociales podrían estar actuando como un potente amplificador de estos sentimientos.
Un estudio de 2024 publicado en la Revista Internacional de Promoción de la Salud Mental encontró una correlación directa entre el uso intensivo de las redes sociales y una mayor sensación de una audiencia imaginaria y mayores niveles de ansiedad social en los adultos jóvenes. Este hallazgo se alinea con un estudio de 2021 del Journal of Developmental Cognitive Neuroscience. Reveló que los participantes que pasaban más tiempo en las redes sociales mostraban una actividad neuronal más fuerte al emitir juicios sobre sí mismos en comparación con imaginar cómo los juzgarían otros. Los investigadores argumentan que esto sugiere que las redes sociales desdibujan la línea entre audiencias reales e imaginarias, creando efectivamente una audiencia “no tan imaginaria”.
El informe de 2024 de la revista Forbes profundiza en la mecánica de este fenómeno. Las plataformas de redes sociales, con su constante búsqueda de “me gusta”, “compartir” y “vistas”, incentivan inherentemente comportamientos performativos, esencialmente alentando a los usuarios a seleccionar una personalidad en línea cuidadosamente diseñada para una audiencia potencialmente amplia. El anonimato que ofrecen estas plataformas también puede alimentar la agresión y el ciberacoso, añadiendo otra capa de estrés para quienes ya luchan con una mayor conciencia de sí mismos.
No es sólo el acto de actuar lo que exacerba el problema; también es la exposición constante a que otros hagan lo mismo. Ver feeds aparentemente interminables de vidas seleccionadas, selfies filtrados y narrativas cuidadosamente construidas puede alimentar aún más la ansiedad sobre la comparación social y la insuficiencia, creando un círculo vicioso en el que los usuarios se sienten presionados a “actuar” constantemente para una multitud en línea que los observa constantemente.
Esto plantea preguntas cruciales para los profesionales de la salud mental. Si bien muchos comprenden los peligros potenciales del contenido explícito o del ciberacoso para el bienestar mental de los jóvenes, el impacto de las redes sociales en la autopercepción y la audiencia imaginaria puede ser un factor más sutil pero igualmente significativo. Los terapeutas deben comenzar a incorporar el uso de las redes sociales en sus evaluaciones, especialmente cuando trabajan con adolescentes que luchan contra la ansiedad, la depresión u otros problemas relacionados.
De manera similar, los padres no deberían centrarse únicamente en proteger a sus hijos del contenido explícito en línea; también deben abordar las consecuencias emocionales de navegar constantemente en un panorama digital basado en apariencias seleccionadas y una autopromoción incesante.
Abordar estas crecientes preocupaciones requerirá un enfoque múltiple que implique una mayor conciencia, estrategias terapéuticas proactivas y, potencialmente, incluso repensar el diseño y la cultura de las propias plataformas de redes sociales. Sólo entonces podremos esperar mitigar el daño potencial que esta tecnología aparentemente inevitable puede estar infligiendo a las mentes jóvenes que aún luchan por desarrollar sus identidades en un mundo cada vez más complejo.




















